Por Ana Belver
Dos meses después de la partida de su amigo, Hanna se mudó de casa y de ciudad. Eligió un lugar cercano al mar, no muy lejos de su ciudad natal; algo la anclaba a ese sitio, pues había pasado allí gran parte de su infancia y adolescencia. Era como si hubiera vuelto a casa.
Desde la habitación donde pintaba, podía ver las montañas de cerca, y se sentía feliz rodeada de naturaleza. Tenía la costumbre de ver caras en todas partes: en un tapiz, en el corcho de las paredes de su cuarto, en el mosaico del suelo, en las montañas y los árboles, en las piedras, las nubes, e incluso en la cera de las velas fundidas. Como esas pareidolias persistían en aparecer una y otra vez ante ella, comenzó a plasmarlas en sus pinturas y dibujos.
En el mundo de Hanna, las formas se fundían e imágenes cambiantes se transformaban sin cesar, como si todo fuera fluido y mutable. También habitaban en él seres élficos, dragones, elementales de la naturaleza, formas abstractas y trazos ambiguos, colores intensos como de una conciencia expandida. Todo esto lograba plasmarlo en papel o lienzo cuando escuchaba la música que la transportaba a esos mundos, como si se abriera un portal que la sumergía en parajes descritos por J.R.R. Tolkien y amplificados por su propia imaginación.
Para escapar de una realidad que le parecía cruda y difícil de entender, Hanna recurría a estos reinos y los expresaba en su arte. No encontraba fácilmente con quién compartirlos, así que se le ocurrió escribir lo que llevaba dentro, mezclando palabras con los colores de su paleta y con la magia de los sonidos que la inspiraban:
La Magia de la Música
Verde oscuro,
Azul y gris,
Piedra roja
En un tris.
Equilibrante aroma de flor de lis
Luces luminosas,
Gases amarillentos,
Piedras preciosas,
Total conocimiento.
¿A qué me estoy refiriendo?
Puede y quiere ser blanco y negro,
Pero ella transforma todo ello.
No me sale… aunque lo intento.
¿A qué me estoy refiriendo?
Pues sin ella no hay más que pesar,
e incluso me cuesta caminar.
¡Lo tengo!
Es la magia de la música,
Flota en el éter.
Quien la reconoce,
La percibe completamente.
Siempre bella e inspiradora,
Para todos está,
Aunque muchos la ignoran.
No deja de expandirse en el ambiente,
Ayudando a abrir la mente.
En ese pueblo costero, entre el mar y la montaña, Hanna encontró la conexión que necesitaba para desarrollar su potencial creativo. Se aventuró a vivir del arte, a pesar de la inestabilidad del mercado. Había exposiciones, concursos, clientes y encargos que llegaban y se iban… era tan excitante como complejo. Tenía que moverse mucho para cubrir todas las demandas y abrir nuevos caminos, y aunque a veces no tenía trabajo, se sentía feliz. Abarcó con su arte varios pueblos de los alrededores, e incluso llevó sus creaciones a su ciudad natal, desde donde partirían hacia otras ciudades de España y Europa.
Aunque para asegurarse un ingreso estable en los periodos sin encargos, Hanna resolvió trabajar en el puerto recreativo cercano a su casa. Sin embargo trabajar bajo el sol en verano y el frío en invierno era duro, había sido su elección, y por ello, era perfecta.
Continuará…
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