Por Ana Belver
Hanna trabajaba entusiasmada en el puerto recreativo cercano a su casa, mientras exponía su arte y creaba sin descanso. El puerto, en días de viento, se convertía en un concierto de sonidos metálicos: los mástiles de los veleros tintineaban. El olor a sal y el motor de los barcos rugiendo más que las voces gritadas por los marineros. Todo ello era un mundo nuevo para Hanna, un mundo masculino y un poco áspero, pero lo absorbía con curiosidad. En el puerto, sus compañeros le presentaron otras músicas y melodías, como Trilog Gurtu, un grupo cuyas flautas melódicas y sonidos arrastrados la fascinaban.
Un día, Hanna pidió al universo un compañero canino, y a los pocos meses conoció a Molly, una perrita de un año que necesitaba un hogar donde la cuidaran. Una compañera del puerto buscaba a alguien para adoptarla. Molly estaba en los huesos cuando Hanna la trajo a casa y no le escuchó la voz hasta pasados tres meses, momento en que se sintió segura en su nuevo hogar. Al principio, buscaba refugio bajo la mesa siempre que había humanos cerca, pero con el tiempo comenzó a relajarse y al fin cedió.
Fue en este entorno donde Hanna también inició una relación con un chico quien le trajo muchos aprendizajes y experiencias. Aunque sus creencias diferían, encontraron una forma de llevarse bien, y Hanna aprendió a disfrutar del presente. Sin embargo, con el paso de los años, sintió que la relación llegaría a su fin: lo que compartían era cada vez más superficial y, lentamente, percibía que el ciclo se estaba cerrando y ella se encogió por dentro poco a poco. Finalmente llegó un día que Hanna no pudo sostenerlo más y tras diez años de convivencia se enfrentó a arreglar aquella difícil situación que ya estaba en decadencia.
Se sorprendió de la calma y la indiferencia que observó en su compañero, preguntándose cuánto tiempo habría continuado así la relación si no hubiera tomado esa decisión.
Tras la ruptura, Hanna se encontró desconcertada y sin rumbo. Busco un apartamento para ella y para Molly. Y aunque aliviada, algo se le había roto por dentro y su vida se derrumbó. Todo su entorno se tornó plomizo y denso, gran parte de sus sueños se habían desintegrado y entonces una sombra impregnó todo su ser.
Hanna quiso alejarse lo más lejos posible del lugar, pues tenía la sensación que aquella gran sombra la quería engullir. Buscando paz, se fue a la India, dejando a Molly al cuidado de sus padres. Sin embargo, el viaje no fue lo que esperaba. Al regresar de su viaje, los sentimientos de tristeza y confusión se habían intensificado. Aterrizó de golpe en la nueva realidad y se sumergió en su dolor. Comenzó a embalarlo todo, guardó sus pinceles y lienzos mojados por las lágrimas que rodaban por su rostro mientras procedía a cerrar una etapa de su vida. En ese momento supo que sus pinturas se irían secando en los tubos metálicos retorcidos por ella, junto con su creatividad.
Un año después, viviendo con Molly cerca del puerto, decidió regresar a su ciudad natal. Aunque deseaba permanecer, se dio cuenta de que su tiempo en aquel lugar había concluido, aceptó su rendición y consideró que debía cerrar este capítulo y avanzar.
Continuara...
😌