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El ser que llegó oculto entre las notas ancestrales - Capitulo 2

Foto del escritor: Michelle BrossaMichelle Brossa

Actualizado: 4 feb

Por Ana Belver




Hanna se había tomado la pintura de manera seria, mientras trabajaba en otro lugar, y no tardó en enfocar su energía en esa dirección. Realizaba exposiciones allí donde le abrían las puertas.

Hanna sentía una especial predilección por los indios norteamericanos y quiso rendirles homenaje en una exposición muy especial que organizó en su ciudad natal. El título de la exposición era:


¿Por la desaparición de un pueblo..?


El primer cuadro mostraba la cabeza de un águila, y a continuación se sucedía toda una serie de retratos de indios e indias de diferentes tribus indígenas, que abarcaban desde el norte hasta el sur del continente americano. Estas figuras representaban el cuerpo del ave, y cerraban la hilera de retratos a tinta china y pintura acrílica las garras de esta majestuosa y noble ave.

Hanna explicaba que todos ellos formaban parte del mismo ser, y que todos eran UNO.

A esa exposición acudió alguien que, además de conectar con los indios, era uno de ellos. Este amigo de Hanna pronto partiría a Dakota del Sur para establecerse allí y dejar la ciudad donde vivía Hanna. Pero, antes de irse, vivió una conexión muy profunda con ella, pues solían reunirse a menudo para compartir temas en común.


Este amigo, quien había sido profesor de Bellas Artes, dio a Hanna la siguiente valoración de su exposición:


—La técnica que has escogido carece de fuerza, pero se compensa con lo que transmiten cada uno de ellos. Las miradas de los retratos te traspasan el alma.

No hacían falta llamadas telefónicas entre ellos; existía una conexión telepática muy fuerte. En una de sus idas y venidas a Estados Unidos, su amigo le trajo un atrapa sueños de la reserva Lakota, un objeto de poder confeccionado por un chamán de la tribu. Hanna debía limpiarlo antes de colgarlo en la cabecera de su cama. Aunque le pareció bellísimo, había un inconveniente: no tenía salvia para purificar el objeto. Aun así, decidió colgarlo y comprar la planta sagrada al día siguiente.


Aquella noche, Hanna tuvo una experiencia abrumadora con el atrapa sueños. Se acostó pronto, ya que al día siguiente tenía que trabajar y debía levantarse temprano. Se sentía relajada y feliz por tener un objeto tan auténtico en su habitación. Sin embargo, pronto comenzó a notar una inquietud creciente a su alrededor. No sabía de dónde provenía la incomodidad, y acto seguido, empezó a sudar. Una angustia la invadía y, desesperada, encendía la luz para calmarse y bebía agua para hidratarse.


De repente, un pensamiento fugaz atravesó su mente, como un destello inesperado: su amigo. Era una intuición profunda, casi como si él mismo estuviera allí. Intentó conectar telepáticamente con él, algo que solían hacer con facilidad, pero esta vez el vacío era absoluto. Ninguna sensación, ninguna respuesta. Todo permanecía inquietantemente silencioso.

Se removió en la cama, tratando de recuperar la calma, pero la sensación de que algo extraño sucedía y que escapaba a su comprensión no la abandonaba. A su alrededor, la habitación parecía respirar, cargada con una energía desconocida que no podía identificar. Los sonidos habituales de la noche habían desaparecido, como si el tiempo se hubiera detenido. Hanna comenzó a sentir que algo más, algo invisible, la observaba desde las sombras.


El aire se volvió denso, casi sofocante. Su respiración se aceleraba a medida que una fuerza inexplicable la envolvía, como si la atmósfera misma estuviera cambiando. Cada vez más inquieta, intentó relajarse, dejando que sucediera lo que fuera, hasta que algo ocurrió.

Fue entonces cuando, al borde de la desesperación, sintió un cambio. La temperatura a su alrededor descendió bruscamente, y de la nada, un leve sonido comenzó a emerger. Al principio, casi imperceptible: un susurro rítmico, era el tintineo de una maraca agitada por una mano invisible. El sonido crecía lentamente, acompañado por unos cantos lejanos, suaves pero cargados de un misterio que parecía venir de otro tiempo, de otra realidad. Eran antiguos, primordiales, y con cada repetición, parecían rasgar el velo entre lo visible y lo invisible.


Hanna, completamente asombrada, sintió su cuerpo volverse pesado como una roca. No podía moverse, aunque seguía completamente despierta. No era una parálisis del sueño, lo sabía; estaba plenamente consciente, pero sus músculos no respondían. La presencia a su alrededor se hacía más clara, tangible. Alguien, estaba danzando en círculos alrededor de su cama, moviéndose con una cadencia lenta y ritual, mientras el sonido de la maraca llenaba el aire con una sensación de poder ancestral.


Su mente estaba llena de preguntas, pero su cuerpo seguía atrapado en esa inmovilidad. Todo lo que podía hacer era escuchar y sentir. El cántico crecía en intensidad, reverberando en su interior como si estuviera resonando con algo profundo dentro de ella. Entonces, de la nada, el canto cesó.

La figura, se detuvo. Hanna, con el corazón acelerado, sintió un cambio en el aire, una proximidad que la dejó sin aliento. En un gesto desconcertante, el Ser se acostó junto a ella, su espalda tocando la suya, el frío de su presencia y su envergadura contrastando con el calor y el tamaño de su cuerpo. Un suspiro largo y profundo escapó de esa figura invisible, como si con él liberara una carga de tiempos antiguos.


De pronto, todo terminó. El peso se desvaneció, el aire volvió a ser ligero, y el silencio habitual de la noche regresó. El mundo de Hanna, y su realidad, volvieron a ser los mismos de siempre, pero ella sabía que algo había cambiado para siempre.


Dos días después, su amigo la llamó y, lo primero que le preguntó, fue si le había ocurrido algo con el atrapa sueños. Hanna, enfadada, le respondió que sí, y él le explicó que probablemente no lo había limpiado bien, lo que pudo haber abierto una línea temporal por donde se habría colado el espíritu del chamán. Cuando Hanna le dijo que no había podido purificarlo porque no tenía salvia, él solo asintió.


Poco después, su amigo se marchó, pero dejó una huella indeleble en Hanna, junto con la música de Carlos Nakai y blues que habían compartido juntos: Vargas Blues Band y Stevie Ray Vaughan.

Él le propuso que se fuera con él, pero Hanna sintió que ese no era su camino en ese momento, y decidió quedarse, continuando su propia historia.


Continuará…

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